Las tendencias en economía suelen tener dos componentes que cuando se juntan provocan una especie de bola de nieve que difícilmente se puede parar. Uno tiene que ver con el comportamiento de las fuerzas del mercado y el otro con las percepciones de los agentes económicos, que son de naturaleza evidentemente subjetiva. Estas son las directrices que se advierten ahora que está en boga la escasez de alimentos y con ello el incremento en el precio de los mismos.
En un estudio reciente de Banamex se observa que el precio de la tortilla de maíz en algunos lugares del país se vende hasta en 11.50 pesos, muy por encima del promedio nacional que es de 8.27 pesos. Es el caso de algunas tortillerías de Hermosillo, por ejemplo.
Lo anterior no es un hecho aislado, ya que el alza no recae únicamente en el alimento básico de los mexicanos. Información oficial señala que un conjunto de 42 productos básicos que incluye alimentos, bebidas, e implementos para limpieza e higiene registraron aumentos en sus precios de 47 por ciento, entre diciembre de 2006 y mayo de 2008.
Un aspecto interesante es la enorme diferencia entre los precios de centrales de abasto (mercados) y las cadenas de supermercados. Según el estudio aludido, en la última semana de mayo, los precios del maíz blanco, fríjol, zanahoria y pollo en la Central de Abasto de la capital de la república se cotizaron en 3.40, 7.60, 2.86 y 7.60 pesos por kilogramo, mientras que en las tiendas de autoservicio se vendieron en 16.69, 18.00, 9.99 y 26.0 pesos por kilogramo.
¿A qué se debe el incremento de los precios? Por ahora, algunas razones se asocian con la presunta escasez de algunos de ellos, otras con el intermedialismo que separa al productor del campo con los oferentes de la ciudad y una más con las expectativas que los proveedores se han creado respecto al probable comportamiento del mercado. En esencia la proyección de principios de año en el sentido de que los precios durante el 2008 sólo subirían un 3 por ciento fue, o bien un error de calculo o bien quererle tomar el pelo a la población.
La prueba de que las cosas andaban mal desde principios de año, es la medida anunciada hace unos días por el gobierno federal en el sentido de “congelar” precios de supuestamente 150 alimentos, de los que consumen los albañiles, dijo Felipe Calderón, en una frase desafortunada.
Los productos “congelados” tienen una serie de particularidades. No son aquellos que por sus características nutricionales, deba de consumir cualquier ser humano. Más bien parecen ser aquellos que guardados en los anaqueles de los supermercados, ahora encuentran la oportunidad de promocionarlos como “baratos” y accesibles al público. Justo cuando acaba de comenzar una campaña para reducir la obesidad de los mexicanos ( segundo país del mundo por la cantidad de obesos), el gobierno anuncia en alianza con la Confederación de Cámaras Industriales de México (Concamin) el “fácil” acceso a mercancías chatarra.
Los productos que “consumen los albañiles” de los 150 que contempla la lista son entre otros estos: 28 bebidas de distinto tipo con altos contenidos de calóricos; 16 sabores distintos de te; y 10 tipos de jugos de verduras que contienen chile y limón. Lo anterior, ya suma 54 productos de la lista (36 por ciento de bebidas con azucares y saborizantes y ácidos). Habría que añadir chile jalapeño, salsas picantes, café soluble. Acaso de la lista se salva el atún y la sardina reconocidos por su contenido nutricional.
En la lógica de que los precios efectivamente se mantengan “congelados” se anunció también que La Procuraduría Federal del Consumidos (Profeco) se mantendrá vigilante de que esos precios no suban. Pero de no hacerlo, no se anuncia sanción alguna.
La medida anterior parecería ser el anuncio de que el gobierno dobló las manos ante la inoperancia de la mano invisible del mercado para acercarle los productos que satisfagan las necesidades de consumo básico a la población. Pero es evidente que no es así. Más bien es una especie de salida por la tangente. Una medida desesperada que no va a la esencia del problema.
Ir al centro del asunto implica tomar otras medidas de política económica. En primer lugar reconocer que ni el mercado ni el Estado son satanás, y que más bien son espacios de la estructura social que se pueden que se pueden retroalimentar mutuamente. Esto depende del tipo de país según sus orígenes, historia, composición social, perfil empresarial e inserción en la economía internacional. Es decir, ni al mercado ni al Estado se les puede ver sólo en blanco y negro. Inclusive los países más desarrollados como Estados Unidos, Alemania, Japón, por mencionar algunos, hacen un juego de combinaciones de ambas instancias para impulsar el crecimiento y el desarrollo de la nación. Pero en México, sólo parecen tener sentido los dogmas y las descalificaciones, de ahí que siempre la divisa siempre sea, todo o nada, aún cuando la realidad grita que es urgente dicha coordinación.
Sabido es que la canasta básica del mexicano promedio no es muy diversificada. En ese sentido, la elaboración de una canasta alimenticia, con precios realmente congelados, con algún tipo de subsidio por parte del gobierno no es ninguna blasfema contra la pureza del mercado. Por el contrario sería apenas el principio de una política de justicia social, por tantos años postergada.
Quienes están en contra de que el gobierno regule ciertos espacios de la economía, parecen tener la concepción de que el país es una empresa, y que por lo tanto así hay que manejarlo, teniendo siempre en cuenta el estado de pérdidas y ganancias. Pero no lo es.
El Estado es un ente social situado siempre en el corazón de la problemática social. De ahí que debe de coordinar los intereses de las distintas capas sociales, velando siempre por los intereses generales de la nación. El Estado debe de abogar por los equilibrios y no por los desequilibrios que provocan la desigualdad social.
El problema de la escasez de alimentos y el incremento de los precios de los mismos no es sino la punta del iceberg de la situación que viene arrastrando la economía mexicana, de no crecimiento, no generación de empleo y no ingresos suficientes para que la mayoría de la gente tenga una manera digna de vivir. Es el detonante que anuncia otras cosas por venir.
Las políticas públicas y especialmente la política económica requieren de mucha coordinación, que no parece haberla en la estructura del Estado Mexicano. El ejemplo más próximo es el anuncio del incremento de las tasas de interés por parte del Banco de México, cuando desde los Pinos abogaban por bajarlas. Al Banco de México se obsesiona la posibilidad de que los precios suban, mientras que a la presidencia parece quitarle el sueño el aletargamiento del crecimiento económico. Todo esto es una muestra de lo mucho que se esconde detrás del telón, en cuyo frente ahora la escena principal es uno de los temas más acuciantes de toda sociedad: el acceso a los alimentos para vivir. Llegó la hora en que el punto principal son los medios para sobrevivir.
En un estudio reciente de Banamex se observa que el precio de la tortilla de maíz en algunos lugares del país se vende hasta en 11.50 pesos, muy por encima del promedio nacional que es de 8.27 pesos. Es el caso de algunas tortillerías de Hermosillo, por ejemplo.
Lo anterior no es un hecho aislado, ya que el alza no recae únicamente en el alimento básico de los mexicanos. Información oficial señala que un conjunto de 42 productos básicos que incluye alimentos, bebidas, e implementos para limpieza e higiene registraron aumentos en sus precios de 47 por ciento, entre diciembre de 2006 y mayo de 2008.
Un aspecto interesante es la enorme diferencia entre los precios de centrales de abasto (mercados) y las cadenas de supermercados. Según el estudio aludido, en la última semana de mayo, los precios del maíz blanco, fríjol, zanahoria y pollo en la Central de Abasto de la capital de la república se cotizaron en 3.40, 7.60, 2.86 y 7.60 pesos por kilogramo, mientras que en las tiendas de autoservicio se vendieron en 16.69, 18.00, 9.99 y 26.0 pesos por kilogramo.
¿A qué se debe el incremento de los precios? Por ahora, algunas razones se asocian con la presunta escasez de algunos de ellos, otras con el intermedialismo que separa al productor del campo con los oferentes de la ciudad y una más con las expectativas que los proveedores se han creado respecto al probable comportamiento del mercado. En esencia la proyección de principios de año en el sentido de que los precios durante el 2008 sólo subirían un 3 por ciento fue, o bien un error de calculo o bien quererle tomar el pelo a la población.
La prueba de que las cosas andaban mal desde principios de año, es la medida anunciada hace unos días por el gobierno federal en el sentido de “congelar” precios de supuestamente 150 alimentos, de los que consumen los albañiles, dijo Felipe Calderón, en una frase desafortunada.
Los productos “congelados” tienen una serie de particularidades. No son aquellos que por sus características nutricionales, deba de consumir cualquier ser humano. Más bien parecen ser aquellos que guardados en los anaqueles de los supermercados, ahora encuentran la oportunidad de promocionarlos como “baratos” y accesibles al público. Justo cuando acaba de comenzar una campaña para reducir la obesidad de los mexicanos ( segundo país del mundo por la cantidad de obesos), el gobierno anuncia en alianza con la Confederación de Cámaras Industriales de México (Concamin) el “fácil” acceso a mercancías chatarra.
Los productos que “consumen los albañiles” de los 150 que contempla la lista son entre otros estos: 28 bebidas de distinto tipo con altos contenidos de calóricos; 16 sabores distintos de te; y 10 tipos de jugos de verduras que contienen chile y limón. Lo anterior, ya suma 54 productos de la lista (36 por ciento de bebidas con azucares y saborizantes y ácidos). Habría que añadir chile jalapeño, salsas picantes, café soluble. Acaso de la lista se salva el atún y la sardina reconocidos por su contenido nutricional.
En la lógica de que los precios efectivamente se mantengan “congelados” se anunció también que La Procuraduría Federal del Consumidos (Profeco) se mantendrá vigilante de que esos precios no suban. Pero de no hacerlo, no se anuncia sanción alguna.
La medida anterior parecería ser el anuncio de que el gobierno dobló las manos ante la inoperancia de la mano invisible del mercado para acercarle los productos que satisfagan las necesidades de consumo básico a la población. Pero es evidente que no es así. Más bien es una especie de salida por la tangente. Una medida desesperada que no va a la esencia del problema.
Ir al centro del asunto implica tomar otras medidas de política económica. En primer lugar reconocer que ni el mercado ni el Estado son satanás, y que más bien son espacios de la estructura social que se pueden que se pueden retroalimentar mutuamente. Esto depende del tipo de país según sus orígenes, historia, composición social, perfil empresarial e inserción en la economía internacional. Es decir, ni al mercado ni al Estado se les puede ver sólo en blanco y negro. Inclusive los países más desarrollados como Estados Unidos, Alemania, Japón, por mencionar algunos, hacen un juego de combinaciones de ambas instancias para impulsar el crecimiento y el desarrollo de la nación. Pero en México, sólo parecen tener sentido los dogmas y las descalificaciones, de ahí que siempre la divisa siempre sea, todo o nada, aún cuando la realidad grita que es urgente dicha coordinación.
Sabido es que la canasta básica del mexicano promedio no es muy diversificada. En ese sentido, la elaboración de una canasta alimenticia, con precios realmente congelados, con algún tipo de subsidio por parte del gobierno no es ninguna blasfema contra la pureza del mercado. Por el contrario sería apenas el principio de una política de justicia social, por tantos años postergada.
Quienes están en contra de que el gobierno regule ciertos espacios de la economía, parecen tener la concepción de que el país es una empresa, y que por lo tanto así hay que manejarlo, teniendo siempre en cuenta el estado de pérdidas y ganancias. Pero no lo es.
El Estado es un ente social situado siempre en el corazón de la problemática social. De ahí que debe de coordinar los intereses de las distintas capas sociales, velando siempre por los intereses generales de la nación. El Estado debe de abogar por los equilibrios y no por los desequilibrios que provocan la desigualdad social.
El problema de la escasez de alimentos y el incremento de los precios de los mismos no es sino la punta del iceberg de la situación que viene arrastrando la economía mexicana, de no crecimiento, no generación de empleo y no ingresos suficientes para que la mayoría de la gente tenga una manera digna de vivir. Es el detonante que anuncia otras cosas por venir.
Las políticas públicas y especialmente la política económica requieren de mucha coordinación, que no parece haberla en la estructura del Estado Mexicano. El ejemplo más próximo es el anuncio del incremento de las tasas de interés por parte del Banco de México, cuando desde los Pinos abogaban por bajarlas. Al Banco de México se obsesiona la posibilidad de que los precios suban, mientras que a la presidencia parece quitarle el sueño el aletargamiento del crecimiento económico. Todo esto es una muestra de lo mucho que se esconde detrás del telón, en cuyo frente ahora la escena principal es uno de los temas más acuciantes de toda sociedad: el acceso a los alimentos para vivir. Llegó la hora en que el punto principal son los medios para sobrevivir.